Trump: la construcción de un presidente
Salvador Medina @ayudamemalverde
A escasas horas de decidir el destino político de su país, Estados Unidos está en una abierta división y reconstrucción social. La elección de Barack Obama como presidente abrió una caja de pandora, donde una sociedad que se presume como progresista y avanzada, ha mostrado su lado más oscuro y retorcido. Aquello que yacía escondido bajo la superficie, ahora está a la luz de todos y enaltecido con orgullo.
Donald Trump, el candidato presidencial por el conservador Partido Republicano, ha cambiado para siempre el panorama político mundial. Surgido como una estrella de reality shows, Trump ha apelado al renacimiento del falso orgullo estadounidense, todo ello desde la ficción absoluta.
La retórica de Trump yace en darle voz a las personas que los medios han intentado callar pero por justas razones. Los discursos racistas y anti inmigrante, las posturas contra la globalización y el cambio, son la bandera que ha llamado la atención a aquellos que sienten que Estados Unidos necesita un cambio. Y creen, erróneamente, que el mundo puede dar un paso atrás en la evolución para satisfacer las necesidades de unos cuantos.
Trump, por ejemplo, alegó que el calentamiento global es una conspiración de China para detener el avance de Estados Unidos y permitir a sus contrincantes ganar la carrera del capitalismo. Y en ese sentido, ha logrado una enorme cantidad de seguidores en estados como Pensilvania, cuya industria del carbón ha quedado atrás ante el enorme daño ecológico que causan al ambiente y las restricciones a nivel mundial que se han levantado por ello.
La idea de su slogan Make America Great Again (Hacer a Estados Unidos grande otra vez) tiene un sentido absolutamente conservador y además, connotaciones diversas. En primer lugar, representa la idea que aquel país está en un camino incorrecto, que la apertura reciente a otras culturas, a la diversidad de género y a dar espacio a una generación de migrantes perdidos en el limbo legal, es un atentado contra los Estados Unidos. Y en segundo lugar, que la idea de “tomar su país de nuevo”, significa expulsar a todos aquellos opositores del conservadurismo norteamericano que significa que la Biblia es más importante que la Constitución.
Esta Caja de Pandora estaba esperando pacientemente su turno. Y ahora domina el discurso de un enorme porcentaje de la población norteamericana que ve en Trump la oportunidad de elegir a un presidente abiertamente racista, dispuesto a lo que sea para expulsar a los invasores y regresar al país a una senda más cercana a los 1800 que a los 2010.
Y aquí está lo que realmente genera asombro a todos los que somos ajenos a las elecciones de Estados Unidos. ¿Por qué el discurso de Trump es aceptado como una verdad absoluta, aunque sea refutado una y otra vez, y todo lo que dice el mainstream media (como ellos mismos lo llaman), es una conspiración en contra del candidato?
Si algo se puede decir de los seguidores de Trump es que son fieles a su discurso. No importa que esté lleno de racismo o viejas ideas, sino que apele a lo que antes tenían miedo a decir.
En lo personal, tuve un encuentro virtual con una seguidora de Trump tras hacer mofa de un mensaje en contra de Barack Obama que hizo el conductor Sean Hannity, un personaje abiertamente republicano. Hannity compartió un tuit preguntando (por lo que puede deducirse) si Obama dejaría el país si Trump ganara las elecciones. Pero la redacción y los evidentes errores ortográficos, además de la hora de su publicación, hizo que más de uno se preguntara si Hannity estaba en condiciones óptimas cuando decidió compartir eso con el mundo.
Como un simple comentario, compartí el tuit de Hannity y agregué: “Ve a dormir, Sean Hannity. Estás borracho”. En ese momento una mujer identificada como Deb for Trump comenzó a atacarme, señalando que seguramente yo estaba drogado y escribiendo desde el sótano de la casa de mi mamá.
El insulto me pareció burdo y simplón, algo a lo que normalmente no le dedicaría un segundo. Pero fue la eficacia y la inmediatez de la defensora de Trump lo que me sorprendió. Literalmente habían pasado treinta segundos cuando recibí la notificación del ataque.
Y ahora que Samanthe Bee expuso en su programa que el gobierno ruso ha ayudado abiertamente a la campaña de Trump a través de sus trolls, es fácil cuestionar la legitimidad del apoyo que recibe en redes sociales. Pero este tipo de revelaciones no afectan el empuje y la determinación de quienes van a votar por Trump.
No importa si es racista, si en noviembre enfrentará cargos pendientes por un crimen organizado y en diciembre por abuso de menores. No importa que un nuevo artículo de Franklin Foer en Slate señale que un grupo de científicos descubrieron que un servidor de Trump estaba enlazado directamente con un banco ruso, o que medios oficiales de Rusia publicaban las filtraciones de WikiLeaks antes que el propio grupo. No, lo que importa es que Trump llegue a la presidencia.
Quizás Estados Unidos nunca fue lo que vendió: la tierra de los libres. He ahí el impacto de lo sucedido para los que ven con horror lo sucedido. Quienes se han atrevido a levantar la voz contra Trump, son atacados y tachados de anti patriotas, inundados con insultos racistas y machistas.
En un artículo para el New York Times, Kaitlyn Greenidge explica que como ciudadana americana, lo que sucedió la noche que eligieron a Obama fue una revolución. Pero ocho años de ingenuidad dejaron en la población un sabor agridulce.
La elección de Obama fue el pretexto perfecto de extremistas y conservadores para sacar a flote los peores valores que yacen en el subconsciente de muchos estadounidenses. La violencia policial contra afroamericanos, la amplia desigualdad económica y el auge de las redes sociales como medio de acoso, algo de lo que Trump puede sentirse responsable, han permeado a una sociedad que ve en los últimos ocho años una tarea sin terminar.
Hace años, Stephen Marche advertía que los grandes conflictos sociales que se esparcían como pólvora por el mundo eran una guerra de lo viejo contra lo nuevo. Y la elección presidencial en Estados Unidos lo prueba.
Hillary Clinton representa la continuidad de un presidente que no pudo entregar en su promesa de un país progresista pero que promete atender problemas que las nuevas generaciones ven como algo inmediato y significativo. Trump es el viejo Estados Unidos que se rehúsa a morir, convencido de que los años 50 y 60’, cuando la libertad de expresion y los derechos civiles no existían, eran la época dorada.
Trump construyó su candidatura pacientemente, utilizando a los medios como sus títeres y aprovechando las leyes a su favor, todo en un clima de absoluta ignorancia y con el afán de ver por sí mismo, únicamente.
Trump aprovechó este cambio en el status quo, lo que Marche denomina “Virocracy” o “Virocracia”, que es la capacidad de gobernar a través de las redes sociales. Y Trump es experto en ello. Basta lanzar cualquier enunciado, sea cierto o falso, para que millones de sus seguidores se crean al pie de la letra lo ahí dicho.
La ficción de los medios ha servido para esta invasión de intolerancia e ignorancia. Si Trump es elegido como presidente, será difícil predecir cómo la democracia quedará en segundo plano ante la voluntad de un tirano.
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