‘The Girl in the Spider’s Web’ – Reseña
Salvador Medina
Uno de los enormes méritos de The Girl With The Dragon Tattoo, la primera entrega de la saga basada en las novelas de Stieg Larsson, es que el material estuvo a cargo de uno de los cineastas más capaces de la actualidad. Adaptada por Steven Zaillian, y con más de dos horas de duración, Fincher se tomó el tiempo para introducirnos a Lisbeth Salander, entonces interpretada por Rooney Mara, y cómo su mundo colapsó por completo al encontrarse con el renegado periodista Mikael Blomkvist, traído a la vida por Daniel Craig.
Existió pues, una combinación singular que hizo que The Girl With The Dragon Tattoo se volviera en un clásico instantáneo, siendo incluso merecedor de reconocimientos por parte de la Academia. Siete años después, el director Fede Álvarez es escogido para tomar las riendas de la serie, adaptando la única novela no escrita por el propio Larsson.
La decisión de saltarse las dos siguientes entregas, que ya habían sido traídas a la luz en forma de la trilogía que lanzó al estrellato a Noomi Rapace como Salander, y traer la cuarta novela a la pantalla, es elusiva a primera vista. La primera duda es: ¿por qué ahora? Y aunque seguramente los ejecutivos no pensaron así, la interpretación de Claire Foy es suficiente dar luz verde a The Girl in the Spider’s Web (La Chica en la Telaraña).
En esta línea del tiempo, los eventos de las dos novelas anteriores, The Girl Who Played with Fire y The Girl Who Kicked the Hornet’s Nest, quedaron atrás. Así nos lo hacen saber Salander y Blomkvist (Sverrir Gudnason) desde el primer momento.
La Chica en la Telaraña nos enfrenta desde el primer momento con el pasado de Salander, que habrá de perseguirla hasta el presente. Una joven Salander, junto a su hermana Camilla, es llamada al cuarto de su padre. Ahí, algo siniestro y ya cotidiano está por suceder. Pero nuestra heroína toma la decisión de luchar contra su padre. Decide huir en ese momento, pidiendo a su hermana que la acompañe. Pero Camilla toma la decisión de quedarse.
Corte al presente. Tres años después de The Girl Who Kicked the Hornet’s Nest, Salander busca regresar al anonimato y a su labor de vigilante. La vemos salvando a una mujer del abuso de su marido y exponiendo sus atrocidades al mundo. Es decir, justo como la conocimos.
Es entonces que recibe una llamada para ayudar a Frans Balder (Stephen Merchant), un ex empleado de la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos que busca recuperar un programa que está en manos del gobierno. Salander conoce a Frans en un museo, donde su hijo juega ajedrez en su celular, como ella solía hacerlo con Camilla.
Con sus habilidades como hacker, Salander logra penetrar la red de la NSA y llamar la atención del agente Edwin Neeham (Lakeith Stanfield). Tras lograr su cometido, Salander es encontrada por un grupo llamado The Spiders, quienes tras herir a Salander, roban el programa llamado FireFall, con el que se puede controlar la seguridad satelital del mundo y, con ello, las armas nucleares de cualquier ejército.
Pero The Spiders pronto se dan cuenta que para controlar FireFall, necesitan directamente de Frans, o más en particular, de su hijo. Y de ahí que ambos lados se lanzan en una lucha por encontrarlo. Y con el agente Neeham siguiendo su rastro, Salander no puede confiar en nadie mientras busca hacer lo correcto.
Dejando a un lado los innumerables plot points y significativas coincidencias que ayudan a Salander a salir adelante de cualquier situación, es fácil cuestionar algunas de las decisiones tomadas desde la concepción del guión. Es inverosímil que por cada obstáculo que se le presenta a nuestra heroína, existe un candado que abra la puerta frente a ella. Y sobre todo, que salgan de la nada. Todo le es muy conveniente para avanzar la historia.
Y desde un principio, el guión expone todo a través del diálogo. Se deja muy poco a la acción y todo es explicado con mera exposición, lo cuál le quita bastante interés a la trama. Además, en esta intención de ser visualmente cautivante, la película pierde sustancia y sobre todo, el valor que traía consigo el desarrollo de personajes, en particular la dinámica entre Salander y Blomkvist. Ahí radicaba la fuerza de la saga, en la unión de esos opuestos. Pero la verdad es que este Blomkvist es patético en comparación de los otros dos anteriores (tanto Craig en Hollywood como Michael Nyqvist en las versiones suecas).
Sverrir Gudnason no sólo se ve muy pequeño para el personaje, sino que no parece hacerse chico frente a las circunstancias. Es aquí, honestamente, un simple accesorio para la trama. Una especie de reliquia.
Pero eso se debe a que La Chica en la Telaraña es la película de Lisbeth Salander. Y más notable, de Claire Foy.
Si bien Foy recibió innumerables elogios por The Crown, en cine se había acostumbrado a aparecer de decoración: interpretó a la esposa comprensiva en Breathe e interpretó a la esposa comprensiva en First Man. Pero ahora, como Lisbeth Salander, se muestra como una estrella que puede brillar sola.
El problema de La Chica en la Telaraña es que no se siente como una parte de la saga. Aquí, Salander es más una espía que el intrigante personaje que nos atrajo en un principio. Sí, mantiene algunas de las características originales y su ácida visión y humor, pero en lugar de ser una hacker en busca de venganza contra el machismo sistemático, es una superhéroe. La trama es bastante global y hay mucho más en juego, lo que hace que la película se sienta lejana.
Eso sí: Fede Álvarez levanta la mano para dirigir una película de James Bond, sin duda. Aunque una persecución al principio de la película se siente mal filmada, el resto es emocionante y atractiva. Y sí, en momentos nos hace pensar que aparecerá Bond a salvar el momento, sobre todo por la aparición de un villano en particular que, insisto, se siente ajeno al universo de las novelas de Millenium.
Si se es fan de la saga, es mejor ir con expectativas distintas. Pero de que el producto en pantalla valdrá la pena con todo y sus inconsistencias narrativas, eso es seguro.