‘Roma’ de Cuarón y el México que seguimos siendo
La noticia de una producción mexicana a manos del director Alfonso Cuarón resonó en propios y extraños. Uno de los cineastas más galardonados de las últimas décadas, y representante de nuestra nación ante el mundo, regresa a su país para contar la más personal de sus historias.
La producción, desde el primer momento, se vio rodeada de un halo de misterio y controversia. Al estar situada en el México de los 70′, Cuarón y la producción requirieron cerrar ciertas calles que eran trascendentales para contar la historia. La delegación Cuauhtémoc, en ese momento con Ricardo Monreal a la cabeza, no se tomó a bien las molestias de vecinos ante cierres temporales y falta de estacionamiento. Y pese que la ley de filmaciones está regida por la Constitución de la Ciudad de México, Monreal y su equipo usaron la fuerza para retirar a personal y esto escaló a un confrontamiento físico.
Por fortuna para quienes esperábamos con ansias la película, a Roma no le significaron mucho estos conflictos y su producción continuó con normalidad. Meses después, de Venecia llegaron las primeras impresiones sobre la obra de Cuarón: se trataba de su obra más personal y sin duda, su obra maestra.
Es así que comenzaron los rumores sobre su carrera rumbo al Óscar, pero el modelo de distribución de Netflix es un obstáculo para ello. Gabriela Rodríguez, productora de la cinta, dijo para The Hollywood Reporter que la plataforma se acercó a ellos una vez estando ya en post-producción. Y que, desde el principio, se planteó una combinación entre distribución tradicional y streaming.
Y la única razón por la que existe una controversia, en la mente del público mexicano, es que se trata de la película nacional más esperada quizás en décadas.
No es a menudo que un director en su punto más alto como cineasta, decida dejar a un lado el sistema de estudios por regresar a su país natal por filmar en distintas condiciones. Pero Cuarón debió sentir una necesidad por darnos Roma. Y el cine mexicano le agradece por ello.
Roma, escrita y dirigida por él mismo, no es una película sobre su infancia per se, aunque así se haya mencionado. Sí, sucede en el contexto de una familia inspirada por su propia crianza pero es, en esencia, la historia de la mujer que ayudó a criarlo: Cleo.
Interpretada de manera excepcional por Yalitza Aparicio, se trata de una indígena de origen mixteco que vive para la familia encabezada por Sofía (Marina de Tavira) y el monosilábico y siempre ausente Antonio (Fernando Grediaga). Ella y Adela (Nancy García García) ocupan un pequeño departamento dentro la propiedad de la familia, que se completa por los jóvenes Toño, Paco, Pepe y Sofi.
Cleo es parte de la familia de cierta manera. Sí, convive y juega con ellos, e incluso puede sentarse junto a la familia mientras ven televisión en familia. Pero en las cosas importantes, es ignorada y hasta despreciada. La abuela, quien vive con la familia y acompaña a Cleo constantemente, ni siquiera sabe su nombre completo o fecha de nacimiento. Es una especie de ciudadana de segunda clase para la familia.
Cuarón no es sutil en sus ideas sobre el racismo en México: es claro, está a la luz, pero decidimos no verlo.
La protagonista de Roma tiene una vida que la familia con la que habita no conoce. Cleo tiene una relación con Fermín (Jorge Antonio Guerrero), un joven que anteriormente tuvo una vida de adicciones pero que ha logrado mantenerse sobrio gracias a las artes marciales. Poco más sabemos de él.
En casa, Cleo entra y sale de los conflictos del núcleo familiar. Es una especie de observadora que pasiva que se vuelve activa sólo para resolver problemas o ser la falsa causa de ellos. Cuando Sofía recibe algún regaño de Antonio o reacciona de manera errónea con alguno de sus hijos, Cleo es la culpable y la receptora de insultos y calumnias. Cleo vive en una silenciosa felicidad. Su convivencia con Adela y el Borras, el perro de la casa, configuran su cotidianidad. Su relación más cercana es con Sofi y Pepe, los más jóvenes. Los otros dos hermanos viven en una constante lucha física y emocional con el otro, derivada de una constante presencia de su padre en casa.
Esto provoca que el peso emocional de la familia caiga en Sofía. Pero ella, deposita todas sus frustraciones e ira en la discreta y fiel Cleo, quien hace sus problemas a un lado para favorecer a la familia que cree propia.
Pero cuando la propia vida de Cleo comienza a tomar su propio cauce, se ocasiona un conflicto que habrá de colisionar sus dos mundos.
Hay que ser claros: ningún otro cineasta se pudo haber salido con la suya como Cuarón. Su retrato de un México cambiante y en ebullición, donde las líneas sociales y raciales son claras, es tan relevante hoy como en los setenta. De ahí que nos confronte con un país y una sociedad incapaces de reflexionar y cambiar su propia realidad.
Roma es una especie de redención con su pasado. Cuarón es selectivo en su memoria porque así debe serlo para contar la historia que no todos hubiesen descubierto. Cuando acontece este episodio de Cleo, él era demasiado joven para entender la situación o hacer algo para cambiarla. Pero en retrospectiva, el cineasta se debe algo a sí mismo: recordar el papel de Cleo y las mujeres como ellas en la sociedad mexicana. Además, juega con brillantes y sutiles contrapuntos para mostrar los extremos de las clases en México.
Se trata de un viaje íntimo a las entrañas de Cuarón y de México mismo. Un confrontamiento visceral con un país desigual, incapaz de evolucionar y estancado en un mismo momento desde hace décadas. El país que vemos en Roma difiere poco del México actual, de ahí que sea todavía más doloroso el verlo.
A diferencia de sus obras más recientes en las que Emmanuel Lubezki había fungido como su director de fotografía, ahora hace él mismo esa propia labor. Pero lo logra a partir de una extensa pre producción en la que recorrió junto a Lubezki las locaciones que mejor funcionarían para dar con el estilo más apropiado para enaltecer Roma.
Es la película perfecta para el México de hoy. Es onírica en momentos pero cruda al siguiente instante. Como nuestro país. Y de igual manera, cada toma es una postal. El trabajo de diseño de producción, a manos de Eugenio Caballero, es protagonista de principio a fin y nos coloca en un contexto perfecto para la historia. Encuentra belleza en el caos, emocional y físico.
Por supuesto, Cuarón nos regala los planos secuencia a los que nos tiene acostumbrados con una estética exquisita, que no hacen más que enaltecer una historia personal. Pero Roma brilla más en la intimidad. Juega con una fórmula espléndida: primero nos presenta a la familia, qué están haciendo, quiénes son, a dónde van. Y sin cortar, nos gira hacia la historia de Cleo, rodeada de un grupo de personas que no la ven por quien es.
Es un recurso genial que nos hace entender que estamos ante un director distinto, un maldito adelantado. No es hipérbole decir que Roma es la obra de un artista que entiende perfectamente el momento en el que vive pero, sobre todo, cuál es la mejor forma de contar una historia.
Cleo nos lleva a un viaje hacia sí misma. Al enfrentarse situaciones personales adversas, se ve obligada a reconocerse como mujer, a descubrirse como persona y entender su lugar en el mundo, fuera de la familia con la que vive y que no es suya, aunque ella misma se rehúse a entenderlo.
Ver Roma es estar en constante admiración de Yalitza Aparicio, un rostro que debe verse más en el cine contemporáneo y cuya presencia es un golpe en la mesa, un llamado de atención a los cineastas mexicanos, y también, a su público.
La película tiene un doble propósito, pues al exponer el racismo de los protagonistas, pone a la luz el del propio espectador. Pero Cuarón nos obliga a verlo y enfrentarlo. Y al final, quizás seremos mejores personas por ello.
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