Mad Men: “el fin de nada”
Salvador Medina @ayudamemalverde
Decir adiós a lo que representa una serie de televisión es cada vez más complicado. La nueva era dorada de la pantalla chica ha traído historias extraordinarias de algunas de los artistas más importantes de nuestros tiempos. El final de Mad Men representa mucho.
Años atrás, cuando la serie de Matthew Weiner ganó la máxima estatuilla en la categoría de Mejor Serie Dramática en los Globos de Oro, el creador expuso de forma clara cuál había sido la clave de su éxito: la libertad creativa.
Transmitida durante sus siete temporadas en el Canal AMC, Mad Men encontró gran aceptación desde el primer momento, y cambió la forma en que vemos televisión para siempre.
Su personaje principal, el enigmático publicista Don Draper, se volvió en un personaje icónico de la pantalla chica. Su personalidad, su carisma y su estilo, hicieron de John Hamm uno de los actores más importantes de la pantalla chica.
En el contexto de los años 60’, conocemos a Don Draper casado con una mujer hermosa, con dos bellos hijos y un trabajo envidiable. Draper es tan talentoso como problemático, con un oscuro pasado que se desentraña a lo largo de la serie. Mad Men no es una historia de redención para Don. En ocasiones, lo vemos caer en el abismo, auto sabotearse y perder todo lo que había querido.
Además, en el contexto de los tiempo, entendemos cómo se gestó la cultura estadounidense como la conocemos. La década de los años 60 en Estados Unidos fue una época de revoluciones ideológicas y sociales. El racismo era un tema institucional (algo que parece increíble, pero sigue vigente en nuestros tiempos), el feminismo era impensable y el culto a la publicidad y el naciente medio de la televisión, eran algo cotidiano. Y Mad Men no se tocó el corazón para reflejarlo.
En las siete temporadas, los personajes de la serie vivieron en un contexto convulsionado: la guerra de Vietnam, los asesinatos de Bobby y John F. Kennedy, Martin Luther King, la llegada del hombre a la luna. Mad Men no es sólo la historia de Don Draper y su agencia de publicidad, sino el nacimiento de la cultura popular norteamericana como la conocemos.
Weiner hizo de una serie de televisión, un ejercicio de memoria histórica. Quienes piensen que los problemas de Estados Unidos (el machismo, las consecuencias de la guerra, la influencia de la publicidad y las grandes empresas, la discriminación racial) son parte de un pasado lejano, vieron en Mad Men una dura realidad.
Mad Men exploró las enormes diferencias entre las guerras que sus jóvenes tuvieron que sufrir. Los hombres de más de 50 años pelearon en la Segunda Guerra Mundial, aquellos entre 35 y 40 pelearon en Corea y los más jóvenes sobrevivían con el fantasma de ser llamados a la guerra de Vietnam. Sólo algunos, como quien se vuelve némesis de Don por un tiempo, Pete Campbell, tuvieron la fortuna de poder ir a la universidad.
Una de las mejores citas que explica este espacio generacional lo explica Roger Sterling, el mentor de Don. Varios años mayor que su aprendiz, Roger sirve un trago a Don. Tras discutir el posible despido de Campbell, Roger le dice que no sabe beber alcohol.
“No sabes tomar. Toda tu generación toma por las razones equivocados. Mi generación toma porque es bueno tomar. Porque se siente mejor que aflojar tu corbata. Porque lo merecemos. Nosotros tomamos porque es lo que los hombres hacen”.
Son esas pequeñas sutilezas, esos extraordinarios diálogos, acompañados de ambientaciones precias y un reparto inigualable, lo que hicieron de Mad Men un ícono de nuestros tiempos.
El domingo pasado se transmitió el último capítulo de la popular serie. Prácticamente de un principio, veíamos al frágil Don luchar contra su pasado, sus errores, sus fantasmas. Don es un reflejo de la psique del propio Weiner, quien fue parte del equipo de escritores de la extraordinaria Los Soprano.
Comentó Weiner que durante su estancia en Los Soprano, comenzó a lidiar con una idea. Se trataba de un hombre exitoso, miembro de apenas de un puñado de personas que tiene el privilegio de escribir para televisión al máximo nivel, casado con una esposa maravillosa, hijos extraordinarios, con una buena cantidad de dinero en el banco y sin embargo, era miserable.
De esa reflexión, de esa auto comprensión, Weiner creó a Don Draper, uno de los personajes más memorables en llenar la pantalla de un televisor. En el último capítulo de Mad Men, vemos a un Don contra las cuerdas, alejado de lo único que puede hacer, de las personas que ama, buscando una respuesta a esas preguntas que todos hemos tenido en algún momento.
Esa fachada de hombría que le habíamos visto deja ver a un niño, a una persona temerosa de no encontrar a quién amar, de no ser la mejor versión de sí mismo, de ser expuesto como un fraude. Pero Don llega a la comprensión de cuál es su llamada, quiénes son las verdaderas prioridades de su vida y cuál debe ser su siguiente paso.
Dicen que mientras mejor ha sido una serie, más difícil es terminarla. Sigue hablándose en la actualidad de los últimos capítulos de Seinfeld, Los Soprano, Lost, Breaking Bad.
Cuando un espectador genera empatía con los personajes de un programa de televisión, es difícil complacer a todos. Pero el trabajo realizado por Weiner y compañía, es digno de las expectativas que se tenían de él.
El ambiguo final hizo que muchos cuestionaran el destino de Don. Pero John Hamm lo explica así: “el mundo no se acaba cuando termina el capítulo. No es el fin de nada”.
Don no siempre merecía un buen destino o todos los logros que le acompañaron, pero cuando logró mirar al abismo, fue cuando se encontró. Mad Men desmitifica al hombre moderno y lo expone como una hoja sujeta a los caprichos del viento que la sacude. Pero Don, al final, aprende que es mejor dejarse llevar y vivir con ello, que esperar a que sea demasiado tarde.