‘Los muertos no mueren’ – Reseña
Salvador Medina
En su esfuerzo más mainstream hasta ahora, el director Jim Jarmusch aborda un género inmensamente popular en la cultura pop actual: los zombis. Con un elenco plagado de estrellas del cine independiente, que le dan legitimidad y notoriedad al proyecto, Los muertos no mueren (The Dead Don’t Die) llegó a Cannes con un enorme cartel y expectativas. Pero el proyecto más reciente del cineasta se queda como un fallido intento por volver a ser relevante.
Si Los muertos no mueren no estuviera precedida de la frase “una película de Jim Jarmusch”, jamás habría visto la luz. Y el hecho de haber competido por la Palma de Oro, suena como algo inconcebible y simplemente ridículo.
Los muertos no mueren, escrita y dirigida por Jarmusch, narra la historia de un pueblo en Estados Unidos donde el tiempo pasa más lento de lo normal. Los policías a cargo del pueblo, Cliff Robertson (Bill Murray) y Ronnie Peterson (Adam Driver), recorren la ciudad para enfrentar a los “criminales” que ahí habitan.
Uno de ellos, el elusivo y peculiar Hermit Bob (Tom Waits), lanza una advertencia sobre el inminente caos. En el pueblo, los diferentes personajes andan en su rutina mientras a su alrededor, todo está a punto de cambiar. Y es que el fracking polar ha afectado los ejes de la tierra, por lo que un evento cósmico provoca la llegada de zombis, esos humanos revividos que buscan comer sesos a como dé lugar. Desde un principio, Los muertos no mueren se presenta como una película distinta para el género. Pero es no es bueno per se.
No sólo es demasiado literal, sino que restriega lo meta al espectador en cada momento posible, lo cuál quiere parecer un recurso innovador pero es más fastidioso que otra cosa. Un ejemplo es cuando Ronnie y Cliff escuchan The Dead Don’t Die de Sturgill Simpson, una canción hecha para la banda sonora de la película y Cliff pregunta por qué le suena tan familiar. “Es el tema de la película”, le responde Ronnie.
Así, los gags se agotan poco a poco y se vuelven predecibles y simplemente repetitivos. Los personajes repiten todo el tiempo el mismo diálogo hasta el cansancio. Y sí, es evidentemente parte de la narrativa y la intención, pero el hartazgo se asienta pronto.
El resultado es obvio: Jim Jarmusch llega tarde a la conversación. En lugar de sentirse como el producto de un cineasta distinto e interesante, Los muertos no mueren se agota rápidamente. Y el mayor pecado no es la falta de originalidad, sino el hecho de que simplemente es una película aburrida.
Jarmusch se introdujo en un género saturado, que requiere de mayores recursos y elementos para sorprender. En lugar de presentarnos algo novedoso, nos ofrece referencias literales de otras películas de terror. Algo que otros directores de terror hacen de manera sutil, Jarmusch lo restriega en diálogos y juguetes pop.
No basta que los zombis repitan su objeto de deseo incluso en la muerte para sorprendernos (el cameo de Iggy Pop como zombi repitiendo “café” mientras busca una taza de su droga favorita es particularmente ridículo). A Jarmusch le faltó tomarse en serio su trabajo para crear una parodia notable y entretenida, algo que otros cineastas han hecho con gran éxito.
Una lástima.
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