‘Licorice Pizza’ – Reseña

Feb 23 • Spoiler Alert • 1438 Views • Comments Off on ‘Licorice Pizza’ – Reseña

Salvador Medina

Cuando Gary y Alana se conocen en la primera escena de Licorice Pizza, entendemos perfectamente cuál será su dinámica entre ellos. Él es un simpático y extrovertido actor, empresario y encantador estudiante de 15 años, mientras que ella es una eterna adolescented de 25 que vive con su padre y está buscando, a como dé lugar, salir de su monótona vida en el Valle de Los Ángeles.

Ambientada en el mundo de los 70′, adyacente a Hollywood pero lo suficientemente cerca para recibir de vez en cuándo a notorias celebridades, Licorice Pizza usa a los principiantes Cooper Hoffman y Alana Haim como catapultas hacia un viaje de amor no correspondido, de descubrimiento emocional y sexual, y de despertar a la adultez.

La nueva película de Paul Thomas Anderson es un bellísimo e hilarante tributo a una época de cambio y renovación en Estados Unidos, la tensión entre la guerra de Vietnam y la promesa de la modernidad. Gary y Alana encarnan tanto el sueño americano como su inminente decepción. Pero, cada uno a su manera, son exactamente quien deben ser y en el momento preciso.

Gary (Cooper Hoffman) inicia como un joven actor demasiado vivo y maduro para su edad. Actúa como un veterano, pidiendo su mesa usual en su restaurante favorito, utilizando cada oportunidad para lanzarse a un nuevo negocio y pidiendo a las mujeres de su alrededor por algo de contacto sexual. Alana (Alana Haim) ve en él un entusiasmo del que ella y su familia carecen y, quizás, la posibilidad de reinventarse. Pero la diferencia en edades es una constante tensión. Él haciendo todo lo posible por demostrarle que sus avances son genuinos y ella dudando si existe un futuro con alguien tan joven y cambiante.

Gary y Alana navegan con solvencia y gracia un mundo demasiado maduro para ellos pero que les ofrece infinitas posibilidades. Así pueden encontrarse con un personaje inspirado en Lucille Ball (Christine Ebersole) o en William Holden (Sean Penn), o hasta engañar a uno de los productores más reconocidos e iracundos de Los Ángeles.

Además de tratarse de una obra profunda y sentimental, nos regala un pedazo del fallecido Philip Seymour Hoffman, constante colaborador de Paul Thomas Anderson y uno de los mejores actores de su generación, en su fantástico hijo Cooper. El joven tiene algo de su padre en que su arte se siente pulcro, natural, sin esfuerzo alguno. Pero, a la vez, tiene un aura distinta. Una manera más ligera de manejarse, pero con los mismos extraordinarios resultados.

Paul Thomas Anderson nos entrega una de las películas más personales de su filmografía, no sólo por estar inspirada en la vida de un amigo de infancia, sino por la cercanía que tenemos con los personajes en todo momento.

Licorice Pizza nos da un vistazo a un Hollywood que quizás non volveremos a ver, no sólo por la era del streaming, sino por el oficio que representa hacer una película de este tamaño en todos los sentidos: conmovedora, única, irrepetible. Estamos frente a una obra especial en manos de uno de los últimos genios del cine.

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