La parábola de Aronofsky
Salvador Medina @ayudamemalverde
Por fin llegó a pantallas de todo el mundo la esperada ‘Noé’ de Darren Aronofsky, el extrañamente controversial director. Desde su anuncio, la película tenía detractores, antes incluso de que se tirara un solo cuadro. Quizás justo por esa razón, sorprendió que fuera un éxito de taquilla en Estados Unidos, un país cuya sociedad no acepta amablemente cuando se toca el tótem sagrado que significa la religión.
Cuando salió a la luz que Aronofsky, quien en su momento estuvo en la terna para dirigir la trilogía de Batman, que eventualmente iría a las manos de Nolan con probado éxito, rechazó la posibilidad de dirigir ‘Wolverine’ por atacar un proyecto mucho más personal.
El director que irrumpió en la escena cinematográfica en 1998 con ‘Pi: el Orden del Caos’, merecedora a la máxima categoría dramática en el Festival Sundance, es conocido por su extraordinario trato con actores y su particular trabajo de fotografía y edición.
Su siguiente esfuerzo ‘Requiem por un Sueño’ lo colocó como uno de los directores más originales de Hollywood, sin duda poseedor de una voz sumamente original. La actriz Ellen Burstyn, quien interpretó una adicta a las pastillas para adelgazar, fue incluso nominada al Premio Óscar.
Pese al éxito del filme, sus seguidores tuvieron que esperar seis años para conocer su ambicioso proyecto ‘The Fountain’, cuyo presupuesto de 75 millones se fue a la mitad cuando Brad Pitt y Cate Blanchett dejaron a Aronofsky durante el proceso de preproducción tras diferencias creativas.
El estudio que financió el proyecto, Warner Brothers, regresó años después cuando el director convenció a Hugh Jackman y Rachel Weisz de incorporarse con una reducción a sus salarios y un presupuesto mucho menor al anterior. Pese a la profundidad de los temas tratados, los espectaculares visuales y la ya legendaria música del compositor Clint Mansell, ‘The Fountain’ no tuvo una buena recepción entre la crítica y los desacuerdos con el estudio perjudicaron su posición en taquilla y en las nominaciones a los máximos premios de Estados Unidos.
Pero Aronofsky demostró que pese al enorme presupuesto, en realidad era un autor. En el fondo, sus películas son íntimas, personales, pese a todo lo que le rodea.
Llegó entonces ‘The Wrestler’, la película de Aronofsky que mejor ha sido recibida por la Academia a cargo de los Óscar y que le significó el regreso a la cima. ‘The Wrestler’ contó la historia de un luchador, interpretado por Mickey Rourke, cuyas carrera y vida personal están en el suelo. Pero tras la oportunidad de regresar al cuadrilátero para una última pelea, decide rehacer su vida y reencontrarse con su hija. Rourke y Marisa Tomei recibieron nominaciones al Óscar pero Aronofsky fue ignorado.
Pero fue ‘Black Swan’ en 2010, el proyecto que no sólo recordó a todos de lo que el director es capaz en cuanto a estética y contenido, sino también en cuanto a taquilla. Nominada a cinco categorías en los Óscar, incluida, por fin, la de Mejor Director, significó su película más popular. No por nada, Natalie Portman le agradeció en su discurso cuando recogió el Óscar por Mejor Actriz.
Tras el éxito, todos estaban pendientes a su siguiente proyecto. Por ello, cuando se dio a conocer que se trataría de una épica de 125 millones de dólares protagonizada por Russell Crowe como el hombre que habría de construir un arca por instrucciones de Dios, muchos se rascaron la cabeza. Pero Aronofsky había planeado ese proyecto desde los doce años.
En 1982, Aronofsky escribió ‘La Paloma’ un poema que reflexionaba sobre la anécdota de Noé, la religión y la situación del hombre en la Tierra. Es eso, y el hecho de que sea quizás su proyecto más personal, lo que destaca en la película.
Con numerables conflictos con el estudio sobre el presupuesto y el corte final de la cinta, ‘Noé’ llegó también a cines rodeado de polémica entre sectores religiosos que, por supuesto, no habían visto un cuadro del filme.
Como ‘The Fountain’, se trata de un filme polarizador entre la crítica y espectadores. Pero lo cierto es que éxito tiene más que ver con el contenido que con todo lo que le rodeó. Escribe David Plotz que en su nostálgica y sencilla perspectiva del mundo y de nuestro lugar en él, ‘Noé’ colabora con la fantasía de ciertas partes del movimiento ambiental, que cree que el mundo se sanaría si fuéramos menos personas viviendo separados los unos de los otros.
“Sin embargo, Aronofsky lo tiene todo al revés. Las ciudades son ecológicamente más amables que otras formas de sociedad. Fomentan las comunidades y las conexiones humanas, permiten el avance de la Ciencia y la creación de gran arte. Las ciudades reducen el crecimiento poblacional, mejoran los estándares de vida, aumentan las expectativas de vida y enaltecen la libertad humana”.
El discurso inexplicable de Plotz tiene más sentido al analizar todo lo que rodea la parábola de ‘Noé’ que con lo proyectado en la pantalla. Cierto, la película es sin duda una reflexión sobre el estado actual de nuestra sociedad y su falta de reflexión respecto al futuro y el estado del medio ambiente, pero pese a su tratamiento, presupuesto y efectos visuales, es quizás el filme menos pretencioso de Aronofsky.
Suele suceder, que obras pierdan su significado en el mensaje y la polémica. Y parece haber sucedido justo eso con ‘Noé’. La más reciente obra del genial Aronofsky no es sino una parábola de lo acontecido con el popular personaje bíblico traído a un contexto contemporáneo. No debe juzgarse entonces como un producto religioso, ni mucho menos, sino como uno puramente artístico.
En ese sentido, ‘Noé’ es sin duda un triunfo cinematográfico de nuestros tiempos. Y así tiene que ser juzgado.
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