La matanza de Charleston y el racismo institucional norteamericano
Salvador Medina @ayudamemalverde
El pasado miércoles 17 de junio, Dylann Roof, un hombre blanco de 21 años, entró a una iglesia de Carolina del Sur. Con el expreso propósito de iniciar una “guerra racial”, disparó contra miembros de la histórica Iglesia Emanuel AME en Charleston.
Pese a que pareciera a primera vista un lugar al azar, el racismo está impregnado en esa zona del sur de Estados Unidos. Semanas antes, un policía de raza blanca disparó por la espalda a Walter Scott, un ciudadano de raza negra. El oficial Michael Slager aseguró en su reporte que Scott había robado su arma paralizante. Pero cuando noticias sobre el evento llegaron a oídos de millones, un joven que había grabado el incidente dio a conocer evidencia que demostraba lo contrario.
Slager había disparado a un hombre desarmado y posteriormente, intentó plantar el arma en su cuerpo inerte. El caso recibió la atención de los medios y el caso se agregó a un largo debate sobre racismo en Estados Unidos.
Conservadores y liberales, como suele suceder, dieron argumentos sobre la motivación detrás de Slager y el número creciente de casos similares en Estados Unidos. Pero lo sucedido en la Iglesia Emanuel es diferente.
Antes de abrir fuego, Dylann Roof dijo “quiero matar personas negras”. Se trata de un criminal que dejó vivo a una persona para que contara lo ahí sucedido. No fue sólo una matanza. Fue una declaración. Entre las víctimas, se encontraba el senador afroamericano Clementa Pinckney.
Estos discursos se están volviendo un lugar común, aceptó el presidente del país más poderoso del mundo. Hablar sobre la violencia que azota a Estados Unidos es algo ordinario, algo aceptable casi.
“He tenido que hacer declaraciones como ésta demasiadas veces. Las comunidades han tenido que soportar tragedias similares demasiadas veces. Estamos en un momento de luto y sanación. Pero seamos claros: en algún punto, nosotros como nación debemos aceptar el hecho de que este tipo de violencia en masa no sucede en otros países desarrollados”.
Pese a la obvia connotación racista del atentado, medios conservadores como Fox News desviaron el tema hacia una conversación distinta, tratándolo como un crimen contra cristianos.
El propio Rick Santorum, precandidato presidencial republicano, también giró el tono de sus declaraciones acusando que se trata de un “crimen de odio”, pero dirigido religiosamente. Una vez más, los medios conservadores estadounidenses han logrado desviar la atención hacia el verdadero problema y virarlo hacia sus propios intereses.
Horas después del acto, Charles Cotton, miembro del consejo de la Asociación Nacional del Rifle (NRA por sus siglas en inglés) de Estados Unidos culpó del atentado al senador Pinckney.
“(Pinkckney) votó contra la portación oculta de armas. Ocho de quienes atendían la misma iglesia que él podrían estar vivos si hubiese permitido expresamente que portaran armas. Gente inocente murió por su posición en un asunto político”.
La Iglesia Emanuel AME es un símbolo de la comunidad afroamericana y su lucha por la igualdad de derechos. Jon Stewart, quizás la voz más cuerda de los medios en aquel país, recordó que las calles de Carolina del Sur llevan el nombre de generales que lucharon por evitar que gente de raza negra manejara libremente por esa misma calle.
“La bandera confederada vuela sobre Carolina del Sur. Las avenidas llevan el nombre de federales confederados. Y el hombre blanco es quien cree que su país está siendo quitado de sus manos”.
Y no hay que engañarse. Este crimen tiene culpables. Cuando “líderes de opinión” (qué desgracia tener que llamarlos así) como Ann Coulter, Donald Trump y Bill O’Reilly utilizan su poderosa influencia sobre el ignorante público que tiene el valor de escucharlo, los impregnan de odio, de rencor, de violencia potencial.
El de Dylann Roof fue un ataque planeado. Existía en él una intención obvia de manifestar su odio contra una raza entera. Por eso, Charles P. Pierce escribió en Esquire que es importante no callarse ante estos eventos.
“No hablar sobre estos sucesos es traicionar a los muertos. No hablar sobre estas cosas es deshonrarlos. Dejen que Nikki Haley, la gobernadora de Carolina del Sur, mire por su ventana y vea la bandera de la traición (la bandera confederada) volando orgullosamente en la capital de su estado, y pensar sobre esas cosas, y hablar sobre esas cosas, antes de que ella misma se pronuncie confundida sobre cómo esto pudo pasar en Carolina del Sur, el hogar de la sedición estadounidense”.
Y es que en Carolina del Sur, la bandera confederada, ese símbolo arcaico de una nación dividida donde el racismo y la discriminación es la norma, fue colocada por el gobierno como una forma de manifestar contra los movimientos civiles de los años sesenta.
Su simple existencia, y el hecho de que ondee bajo la protección de un gobierno, habla del racismo institucionalizado que viven los norteamericanos todos los días.
La iglesia de Charleston fue fundada por Denmark Vesey, quien planeó una revuelta de esclavo en 1822. Vesey fue acusado en un juicio secreto y muchos de los testigos aseguraron que fue torturado. Tras ser colgado, una multitud quemó la iglesia que construyó. Sus hijos la volvieron a levantar. Y ése fue el lugar de tan atroz crimen.
Estados Unidos vive momentos de profunda tensión racial. Y no es algo nuevo. Se trata de algo acumulado bajo la superficie de un país que se digna de su libertad y progreso. Pero pese a todo ello, existe un racismo abierto que ha explotado tras la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca.
Los medios han jugado un papel trascendental en esta polarización y serán igual de importantes para sanar a un país dividido en prácticamente todos los temas importantes. Pero con una elección presidencial cercana, será difícil que esto se llegue a dar. Y más cuando personajes como Donald Trump y Ann Coulter se expresan con la Biblia en la mano y la sinrazón en la otra.
Full video: Watch President Obama’s statement on the tragic #CharlestonShooting. http://t.co/LkxrbDmWQQ
— The White House (@WhiteHouse) June 18, 2015