La crisis de ser joven
Salvador Medina
El siglo XXI empezó con un bang. Y no uno bueno. La crisis económica a nivel global reveló las grandes fallas del sistema y sus puntos vulnerables. Quedó claro que los intereses de quienes poseen el poder está su propio enriquecimiento y no en el bien común.
Las cifras en México fueron más devastadoras y dolorosas que en otros países porque acompañaron a las muertes por la “guerra” contra el narcotráfico y en todos los aspectos, ello afectó al sector más vulnerable de la población: los jóvenes.
En una década de vital importancia para el desarrollo económico y social, debido al bono generacional que posee México (más de 30 millones de jóvenes), las políticas públicas, las reformas legislativas y las iniciativas gubernamentales, no hicieron nada para fortalecer ese sector.
Escribe Stephen Marche que, al menos el sueño americano, está muerto. Solía pensarse que cualquier podía salir adelante a través de esfuerzo y lucha. Hoy, el país más poderoso del mundo, tiene la tercer peor cifra de movilidad social de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico). Eso significa que si naces pobre te vas a quedar pobre. El resto de tus días.
Además, la crisis actual, señala Marche, ya no tiene nada que ver con la discriminación o la desigualdad. Es, simplemente, un asunto de centavos.
En México, las cifras de movilidad social no parecen ser tan graves. Pero cuando la educación, el gran instrumento para el desarrollo de un individuo, no es la prioridad de un Estado, entonces se llevan todas las de perder.
No cabe duda de que la educación puede servir de poderoso instrumento para ascender en la escala social, al menos para quienes puedan o quieran invertir el tiempo y los recursos necesarios. Pero si las oportunidades están repartidas de forma desequilibrada, la intervención pública en educación puede fracasar, señala un estudio de la OCDE.
En el libro Los grandes problemas de México (Colegio de México), se dice además, que la Educación Superior se ha convertido ya en una etapa clave dentro de la definición de la estructura de oportunidades, las opciones de movilidad social y las trayectorias de vida futuras para los jóvenes. “Los cambios en la economía, las cohortes de edad y la estructura del empleo —y del desempleo— en nuestro país han provocado en los últimos años un amplio debate sobre la educación media superior y la necesidad de que este nivel educativo responda mejor a las necesidades de formación para la vida y el trabajo de los jóvenes del nuevo siglo”.
Sin embargo, no basta una reforma a nivel educativo. El sistema parece no estar hecho para los menos favorecidos. México tiene el segundo nivel más elevado de desigualdad de los ingresos en la población activa en la OCDE, justo por debajo de Chile y muy por encima de la media de la OCDE.
Y las cifras no sólo se reducen a eso: ahí están los 7 millones de Ninis, el aumento de suicidios, la rapante inseguridad, el devastador desempleo, la desigualdad y falta de espacios en el acceso a la educación. Cuando consideramos además que la cifra de Ninis es la tercera más alta entre países de la OCDE, sólo detrás de Turquía e Israel, podemos dimensionar la crisis que significa ser joven.
¿Cuáles son entonces los temas que preocupan a los jóvenes en un año electoral? Muchos, es cierto. Pero los principales tienen que ver con la restructuración de un sistema que no responde adecuadamente a las necesidades del siglo XXI. Desde la falta de oportunidades a los sectores más necesitados hasta la protección del medio ambiente que nos garantice un futuro.
Los jóvenes necesitan ser escuchados. No poseen la malicia del político, ni la corrupción el empresario o el oportunismo del ladrón. Ven todavía las posibilidades que significa llevar a cabo una iniciativa, por más pequeña que sea, que ayude a sentar las bases de lo que viene.
Ya perdimos la primera década del siglo XXI. Regalar otra a un sistema injusto, parece imperdonable.
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