Guerra o propaganda cibernetica
Gabriel Tamariz Sánchez
gabriel_tamariz@yahooo.com.mx
Miembros organizados de la subcultura de los hackers han irrumpido en las páginas electrónicas de compañías que decidieron bloquear el financiamiento público o censurar a WikiLeaks, restándoles ganancias a estas compañías durante unas cuantas horas. Se ha dado en llamar “ciberguerra” o “guerra cibernética” a la combinación de estos hackeos, el trabajo de WikiLeaks y la respuesta a ambos por parte de la policía, que por medio del espionaje persigue para luego castigar a los autores de estos delitos. Cuesta trabajo, sin embargo, encontrar similitudes entre esta combinación de ataques y lo que desde hace milenios se ha llamado <<guerra>>, aunque en efecto tanto hackers como policías actúen dentro del nuevo espacio cibernético.
En sus inicios, la guerra se libraba exclusivamente en tierra firme. Incluso los combates entre barcos, previos al siglo XVI, deben ser considerados de carácter terrestre si se toma en cuenta que los enfrentamientos se daban de cuerpo a cuerpo cuando un contendiente lograba abordar el barco enemigo. El mar surge como un nuevo espacio de guerra a partir de la famosa batalla en la que se hunde la Armada Invencible (1588). Evolucionan en este momento las batallas marítimas al presentarse por primera vez un duelo artillero, es decir, a larga distancia. Más de trescientos años después, en la segunda década del siglo XX, el aire se convierte en el tercer espacio de guerra, incrementando desde entonces la participación de la aviación militar en los conflictos bélicos.
El primer Sputnik inició en 1957 el uso de la órbita terrestre, y con él una “carrera espacial” entre la Unión Soviética y los Estados Unidos que desarrolló velozmente la tecnología bélica en lo que podemos llamar el cuarto espacio de guerra. Al terminar esta carrera –como consecuencia de la indesafiable Iniciativa de Defensa Estratégica de Ronald Reagan (1983), mejor conocida como la guerra de las galaxias– se desaceleró pero no se detuvo este desarrollo tecnológico en el ámbito militar, adoptado también, y a partir de la última década del siglo, por otras potencias militares nucleares como China y la India. Sobre todo fue en el ámbito comercial y de espionaje que continuó su desarrollo a partir de entonces.
El mundo cibernético es el nuevo espacio bélico que, sin embargo, aunque parece inminente, no conoce hasta ahora, como tampoco lo conoce la órbita espacial, un conflicto que porte las características de una guerra. No lo conoce a pesar de las motivaciones militares que dieron origen al Internet, y a pesar de la institucionalización de los medios defensivos y ofensivos cibernéticos dirigidos por ejércitos nacionales (tema que abordaremos más adelante). Una guerra de este tipo incluiría el uso de la criptología cibernética con el fin de producir destrucción material y biológica en aras de modificar el dominio de instituciones políticas, medios de producción, mercados, recursos naturales o zonas geoestratégicas. Tal destrucción y dichas modificaciones a las que conduce son la definición de toda guerra.
No me parece precisa, por lo tanto, la asignación de “guerra de divisas” que hace Immanuel Wallerstein a los esfuerzos por dar continuidad a la devaluación del dólar como moneda de reserva mundial, confrontados con los esfuerzos estadounidenses por impedirlo. De acuerdo a la definición citada en el párrafo anterior, este fenómeno no es propiamente una guerra porque no conlleva el mencionado efecto destructivo. Es más bien una disputa financiera que incluso podría prescindir del espacio cibernético para realizar sus operaciones.
Serán testigos de verdaderas guerras cibernéticas quienes presencien en un futuro enfrentamientos con armas dirigidas desde computadoras y con la participación de hackers, que provoquen dicha destrucción en tierra, mar, aire u órbita terrestre. Con intensiones subversivas u obedeciendo los intereses del gobierno, bloque geopolítico o corporación a la que han vendido su destreza criptológica, la participación de hackers supondrá encriptar el control de las armas para restringir su uso, o decriptar y así arrebatar su control al enemigo dueño de las mismas.
Ni las “guerras de divisas” ni los ataques cibernéticos realizados por y en contra de WikiLeaks y sus seguidores se asemejan a tales enfrentamientos genuinamente bélicos. La lucha que libra WikiLeaks es, insisto, una lucha micropolítica y propagandística, y se distingue (de toda aquella que se haya destacado en la historia) por hacer uso de las novedosas y masivas herramientas de comunicación, propias de la era cibernética en la que vivimos.
En esta era, el escenario de la propaganda se ha ampliado a nivel mundial, y su expresión se ha vuelto instantánea. En parte, esto se debe a la conjunción de dos fenómenos.
El primero de ellos es la propagación y complejización del Internet, que se ha convertido en un elemento fundamental de la vida (social, laboral, comercial, sexual y de entretenimiento) de cientos de millones de personas, que diariamente absorben propaganda por este medio y la hacen suya. Se estima que 2.1 mil millones de personas fueron usuarias de Internet en el año 2010, lo cual representa casi 30% de la población mundial, y que este porcentaje se incrementará exponencialmente en los próximos 5 años.
La expansión de la democracia liberal, cubriendo progresivamente a regímenes de todos los continentes, representa el segundo fenómeno que ha ampliado espacialmente a la propaganda, y ha reducido su tiempo de impacto. Al expandirse, la democracia liberal ha logrado convencer a la gran mayoría de la población mundial de la existencia de una libertad compartida y sin precedentes, debido a la cual tiene acceso a la realidad exterior a través de la información ofrecida por medios masivos que sin duda están a su alcance. Es una libertad con la que, al mismo tiempo, la mayoría tiene, o cree tener la posibilidad de expresarse auténtica, voluntaria, individualmente, sobre todo a través de publicaciones en sitios web, blogs personales o grupales, y redes sociales como Facebook y Twitter.
Son espacios de expresión presentados comúnmente como la vanguardia de la revolución democrática en la historia mundial, pero en realidad contribuyen decisivamente, y con creces, al histórico proceso hegemónico de modelación de individuos, que masivamente se uniforman de acuerdo a los estándares culturales del sistema capitalista, para así ocupar un lugar en alguno de los órdenes de producción. Imbuidos en dicha cosmovisión, quienes hacen gala de su carácter de individuos libres e iguales, al tiempo que producen para el sistema, adoptan y repiten con fluidez el lenguaje y los símbolos de una propaganda hegemónica que define sin disonancias su opinión sobre la “realidad” y los sucesos “importantes”.
Ante tal poder de propaganda, con el cual se legitima a sí mismo el establishment, éste es capaz de crear una opinión pública favorable a sus políticas. A cada uno de sus proyectos, los gobiernos del mundo imprimen una cargada inversión en obtener la aceptación del público a través de su promoción en los medios masivos. Nuevamente, el caso estadounidense resulta ejemplar, y no fortuitamente, pues es la fuente hegemónica del sistema económico (corporatista) y el sistema policial (basado en el estado de excepción) adoptados por casi todos los regímenes, y que han conectado económicamente y uniformado ideológicamente al mundo.
Tampoco es fortuito que haya habido un desarrollo paralelo de esta expansión hegemónica (capitalista y policial) con la expansión demócrata–liberal y la expansión cibernética. Flanqueando a los intereses del capital –que conforma el núcleo del sistema y que es inmanentemente expansivo– se han deslizado los tentáculos jurídicos, propagandísticos, lingüísticos, simbólicos y coercitivos que abren paso a su buen desarrollo y satisfacción.
Por ello parece lógico esperar próximamente la manipulación propagandística –por parte de actores como el gobierno estadounidense– de la información ofrecida por WikiLeaks en sus últimas entregas. Es información de la que pueden partir conclusiones que justifiquen acciones gubernamentales ante el público. Aquí se daría una muestra de la importancia que progresivamente ha adquirido la opinión pública, y los medios de información que la moldean, en la legitimación del sistema y la justificación de políticas concretas.
En este punto coinciden Brzezinski y Chosudovsky. En su última intervención en la entrevista antes citada, aquél asegura no haber “visto nada [en los documentos diplomáticos que WikiLeaks comenzó a publicar el 28 de noviembre de 2010] que realmente afecte asuntos serios que deban abordarse forzosamente en pláticas [diplomáticas] directas. Lo que puede tener relevancia política son aquellos elementos con un mayor impacto sensacionalista”. Es decir, a ningún socio o enemigo del gobierno estadounidense le importan dichas revelaciones. Muestran conductas y términos que todos conocen y que probablemente algunos servicios de espionaje de otros Estados ya habían filtrado. Lo relevante es el uso que puede darse a su exposición pública.