Este profundo estado de violencia
This violent state of mind
This violent state of mine
Don Winslow
Salvador Medina
salvador@elhablador.com.mx
Cuando James Holmes entró a una proyección de medianoche de la película El Caballero de la Noche Asciende en Aurora, Colorado, un poblado de Estados Unidos, nadie imaginaba lo que tenía en mente. Quizás una vida expuesta a imágenes de profunda violencia, un aislamiento social desde chico o una falta de comprensión total de lo que significa la vida humana, llevó a Holmes a cometer un acto atroz contra su propia sociedad.
Estos atentados son cada vez más frecuentes pero no por ello menos incomprensibles. En 2007, un estudiante asiático asesinó a 33 personas e hirió a más de 30 en la Universidad de Virginia, Estados Unidos; en 2007, un joven de 17 años irrumpió a su antigua escuela de Winnenden, Alemania y asesinó a 15 personas.
En las últimas dos semanas, atentados en Estados Unidos han dejado casi dos docenas de víctimas inocentes en eventos diferentes. ¿Estamos ante una sociedad tan dividida y descontenta que el otro se ha vuelto un enemigo?
No es secreto que Estados Unidos, un país cuya violencia y control en su venta de armas tiene incidencia directa en nuestro país, se encuentra quizás en el momento más polarizado de su historia. Según un estudio reciente de la Universidad de Illinois, las preferencias políticas han radicalizado tanto a los votantes desde los años de Bush, que ciudadanos votan por un partido sin importar sus propuestas o iniciativas políticas.
Además, no es un secreto que el fanatismo religioso ha estado detrás de la mayor parte de dichos atentados, como prueban Anders Breivik, culpable de ocho muertes por en Noruega en 2011, un “cristiano cultural”, en sus propias palabras, y el reciente ataque en una iglesia Sij de Wisconsin, perpetrado por un Neo-Nazi.
Hay una explicación para el origen de cada uno de estos atentados, es muy posible. Sin embargo, culpar a obras de ficción, como sucedió tras los asesinatos en Aurora, es una salida fácil que no contribuye al diálogo natural que surge para querer responder al sinsentido.
Que James Holmes haya dicho a la policía que era el Guasón, el personaje que dio el premio Óscar a Heath Ledger, no habla de la obra en sí. Habla, más bien, del decadente estado social en el que vivimos. Holmes se identificó con el guasón porque no encontraba elementos de identificación en la vida real. Escribe el sociólogo español Manuel Castells que la falta de identidad, es un motivo de alejamiento de la cultura opresora (en este caso, Occidente) y forja un sentido de pertenencia con otras personas que piensen y actúen de la misma manera. Esto significa que las culturas oprimidas buscan configurar su identidad a través movimientos estratificados, en este caso, el cine.
Holmes atentó contra la sociedad porque no se veía en ella. En cambio, volteó hacia la pantalla grande y se vio reflejado en un rechazado social, una persona con una percepción absurda de la realidad, alguien que no existía. Y se identificó con él. Cuando un personaje de ficción le habla más a un ciudadano que cualquier configurador de identidad, algo estamos haciendo mal como sociedad.
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