El terror de vieja escuela de ‘Annabelle 2: La Creación’
Salvador Medina @ayudamemalverde
El universo de El Conjuro se ha convertido en una de las franquicias más sólidas en el género del terror. La historia que inició con los Warren en la película original, dio origen a una serie de proyectos que apelan a un miedo primitivo, no aumentado o supeditado a grandes efectos visuales. Se ha tratado, desde un principio, de historias íntimas, que apelan a salvar el alma de una persona y a quienes la rodean.
En esta ocasión, Annabelle 2: La Creación, busca explicar el nacimiento de la muñeca que provocó todo, estableciendo un precedente para las exitosas películas. Y es de admirar que, frente al actual sistema de inundar de dinero una secuela esperando que así se garantice el éxito en taquilla, los cineastas detrás de Annabelle 2 han apelado a lo que saben: generar una atmósfera aterradora a través de una estructura familiar.
Dirigida por David F. Sandberg y escrita por Gary Dauberman, quien estuvo a cargo de concebir la precuela, nos colocan en el corazón de la familia Mullins, dedicada a la creación de muñecas artesanales. Conocemos a Samuel (Anthony LaPaglia), terminando en su taller la primera muñeca de su nueva edición limitada: Annabelle. En ese momento, unos pequeños pasos afuera de su taller, llaman su atención. Una pequeña nota escrita con crayones lo invita a encontrar a alguien.
Samuel sale de su taller y vemos la enorme casa de su familia. Con la nota en mano, entra para escuchar los pasos dentro de la casa. Tras poner una trampa propia, Samuel descubre a su hija Bee (Samara Lee) detrás de las cortinas. Se trata de un juego entre ambos, algo común. A ellos se une la amorosa madre Esther (Miranda Otto), presentándonos así a todos los Mullins. Se trata, a todas luces, de una típica familia americana.
Tras regresar de misa un domingo, donde descubrimos que las muñecas de Samuel son un producto de alta demanda en su comunidad, el coche de los Mullins sufre una ponchadura. Es ahí que la pequeña Janice corre hacia el camino justo frente a un coche, falleciendo frente a sus padres.
Doce años, sobre la misma calle, vemos a un autobús llena de niñas, acompañadas de una monja y un padre, dirigirse a la aislada vivienda de los Mullins.
La familia ha decidido dar asilo a un orfanato de niñas, donde la hermana Charlotte (Stephanie Sigman) hace las partes de cuidadora y maestra. Al arribar al lugar, las niñas se encuentran con un lugar de en sueño para ellas, donde tendrán espacios para disfrutar.
Las más pequeñas, Janice (Talitha Bateman) y Linda (Lulu Wilson), son las más apegadas y hacen el pacto de, en caso de ser una de ellas adoptada, llevar a la otra a su nuevo hogar. Pero Janice, quien sufrió de polio y tiene problemas para desplazarse, sabe de la dificultad que ello representa. Y es esa debilidad, lo que hace a Janice una presa fácil para los demonios que habitan en la casa.
Sandberg establece con facilidad la estructura física de la casa, dónde dormirán las niñas, así como el cuarto de los Mullins, donde pasa Esther todo el día, debido a un misterios accidente que la tiene atada a la cama desde hace años. Nos familiariza con el entorno para así facilitar el lenguaje de la película. Además, siembra con maestrías los elementos visuales que tanto protagonistas como espectadores identificaremos y que con el transcurso de la película se traducirán en sorpresas o el saltos del asiento.
Lo que habían logrado anteriormente con Annabelle, tiene mayor éxito aquí. El guión de Dauberman va in crescendo de forma orgánica, como tentando el terreno para después abrumarnos con una gran historia y peculiar maestría.
Se trata de un grupo de cineastas, comandados por James Wan, que de verdad han dedicado su tiempo y talento a generar historias que apelen a un terror clásico, sin caer en momentos grotescos, sino usando el miedo como catalizador de todo lo que sucede en pantalla.
Es una franquicia que se encuentra en su mejor momento, pese a que parece que la historia ha logrado unirse con su predecesora, estableciendo una línea narrativa clara.
Un logro para el género de terror y el cine contemporáneo.
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