El misterio de Silver Lake
Salvador Medina
David Robert Mitchell irrumpió en la escena de Hollywood con su visionaria The Myth of the American Sleepover pero fue su segundo esfuerzo, It Follows, lo que le significó la atención de muchos. Explorador de la psique juvenil, la cultura popular y la declive americana, Mitchell regresa con lo que puede ser considerado como un homenaje a sus influencias como cineasta y a Hollywood mismo.
Llena de simbolismos y double entendre, Under the Silver Lake (El misterio de Silver Lake), escrita por el propio Mitchell, es una exploración del valle de Los Ángeles, sus secretos y aspiraciones. Y en el centro de todo, se encuentra Sam, un joven dispuesto a todo por desnudar la verdad de lo que le rodea.
Sam (Andrew Garfield) es un joven sin mucho por hacer pero con una mente ágil y ávida de nuevas experiencias. Habita en el este de Los Ángeles, leyendo cómics conspiratorios y asistiendo a fiestas a las que no fue invitado. No sólo eso, sino que está a punto de ser desalojado de su departamento. Pero una noche, entra a su vida la bella y enigmática Sarah (Riley Keough), a quien conoce en su mismo complejo de departamentos.
Sarah invita a Sam a su departamento y comparten una noche que deja huella en él. Pero la mañana siguiente, tras haber visto fuegos artificiales juntos, Sarah desaparece.
A partir de ese momento, Sam se lanza en una búsqueda desenfrenada por el corazón de Los Ángeles, a descubrir lo que yace bajo sus calles, a enfrentar la amenaza constante de violencia y una conspiración que parece tocar las esferas más altas del poder en la ciudad.
Sam se enreda en fiestas con estrellas de rock, encuentros de ajedrez entre modelos y personas que no saben jugar ajedrez y una mano misteriosa que parece moverlo todo y que le hace despertar a la verdad temida: que todo está controlado, todas sus decisiones han sido determinadas por el status quo.
Se trata de una obra que si bien puede ser enredada y absurda, nunca deja de mantenerte entretenido y esperando la siguiente sorpresa en el camino. Mitchell trata y logra recordarnos a David Lynch y en particular a su Mulholland Drive, tanto en escenario como en temática. El problema es que en ocasiones se parece demasiado a Lynch y muy poco a Mitchell.
Pese a ello, su ambición y heterodoxa ejecución y narrativa, se sostiene por sí misma, y nos entrega una producción distinta, notable y superior. Andrew Garfield nos recuerda que puede actuar (y bien), saliéndose de su zona de confort, con un personaje con el que no siempre nos podremos identificar pero que nos atraerá en cada momento.