‘El Faro’ – Reseña
Salvador Medina
Los filmes que colocan a dos personajes en un lugar claustrofóbico y que generará un natural conflicto, suelen ser productos de directores atrevidos y necesariamente pulcros en su lenguaje. Con El Faro (The Lighthouse), Robert Eggers genera una rica y extraña obra que se coloca como una de las más importantes del año.
Una ominosa primera imagen nos da un vistazo a lo que habrá de venir, acompañada de un desconcertante sonido que emana del propio faro y nos coloca en un contexto inquietante. Así, un barco se abre camino en oscuras y revoltosas mareas. A bordo, un par de hombres ven el lugar que habrá de ser su destino: un aislado y nublado faro en una pequeña isla a finales del siglo XIX.
El más grande y experimentado es Thomas (Willem Dafoe), veterano del oficio. Él está a cargo de Winslow (Robert Pattinson), primerizo en este tipo de expediciones. Durante las cuatro semanas que habrá de durar su turno, ambos deben turnarse labores, pero sólo el mayor puede atender el faro, algo en lo que es muy enfático.
Winslow pasa el día lavando pisos, manteniendo el lugar, procurando que se cumpla todo lo que Thomas desee. El joven ve el trato de Thomas como irrespetuoso, con las extrañas y duras órdenes que recibe del viejo capitán, ahora atado a ese lugar tras perder parte de su pierna.
Aunque al principio Winslow se rehúsa a tomar con su superior pues es contra las reglas, comienza a ceder ante la insoportable insistencia. Winslow ve a Thomas como un tipo desagradable, que truena gases todo el tiempo y genera ruidos guturales.
Winslow quiere aprender de él y ser un cuidador de faro, pero Thomas no le permite subir siquiera, aumentando su frustación. Es así que en uno de sus turnos, lanza una piedra contra una gaviota. Pero Thomas le advierte que matar a un ave de mar es de mala suerte, pero en ellas habitan las almas de marineros que murieron en altamar.
El aislamiento y los constantes roces entre ambos, comienza a hacer mella en la voluntad de Winslow y a jugar con su cordura. Una vez que comienza a usar el alcohol como método de escape, comienza un seguro e irremediable descenso que le hará cuestionar la realidad. Todo eso se conjuga para que Winslow y Thomas se enfrenten al otro y a sí mismos, entre la fantasía y realidad de cada uno, jugando con los opuestos de lo que significa ser hombre y el frágil balance de la masculinidad.
En The Witch, su primera obra, Eggers jugó con la idea de la feminidad y su condición como una especie de pecado original frente a la ignorancia. En El Faro, se va al otro lado, poniendo bajo la luz su relación frente a la soledad y el desvarío.
Eggers pone todos sus recursos para llevarnos de un género a otro, intercambiando entre terror y drama, con sutiles toques de humor, para provocar una atmósfera de inestabilidad tanto para los personajes como la del espectador.
Contada en blanco y negro y en una proporción visual cuadrada, El Faro pone todo su peso en el fenomenal duelo de actuación entre Defoe y Pattinson, que está apuntalado por un extraordinario trabajo en todos los departamentos, pero particularmente en el diseño de producción y de audio, que son nuestros conductos al corazón de la película.
Eggers nos sumerge en una película atmosférica y cruda, que juega con nuestras percepciones y prejuicios con gran maestría.