‘Los años más bellos de una vida’ – Reseña
Salvador Medina
Nadie nunca se ha muerto de una sobredosis de sueños.
Jean-Louis Duroc (Jean-Louis Trintignant), un retirado corredor de autos con una vida amorosa turbulenta, vive sus últimos años viviendo de las memorias y los recuerdos que dejó atrás. En un asilo de ancianos, Jean-Louis recuerda sus mejores momentos como si acabaran de suceder, pero no puede recordar lo que sucedió un día antes.
Su hijo Antoine (Antoine Sire), al que no recuerda todo el tiempo, tiene una idea que quizás le de cierta tranquilidad a su padre. Es así que decide buscar a Anne (Anouk Aimée), uno de los pocos recuerdos constantes de su lejana juventud. Anne fue, en muchos sentidos, su único amor.
En Los años más bellos de una vida (Les plus belles années d’une vie), el director Claude Lelouch concluye una trilogía á la Richard Linklater con Trintignant y Aimée como protagonistas después de contar su historia en Un hombre y una mujer (Un homme et une femme) y Un hombre y una mujer: 20 años después (Un homme et une femme, 20 ans déjà).
Como una especie de ejercicio de memoria y accidental tributo a Trintignant, Los años más bellos de una vida es una interesante reflexión sobre las prioridades a la puerta de la muerte y la redención hacia el amor.
Las esporádicas apariciones Anne reviven el alma de Jean-Louis, el viejo que puede recitar poemas de amor como un disciplinado actor pero olvida lo que escuchó hace unos minutos. Pero la presencia de su viejo amor reaviva sus sueños y lo reaviva a la vida. Es tal su nueva energía que la doctora a su cargo bromea que pareciera estar engañándolos a todos con su enfermedad.
Entre sueños, recuerdos y vivaces pláticas con Anne, Jean-Louis reencuentra pedazos de la vida que no se atrevió a vivir. Entre la nostalgia y el arrepentimiento, ambos se sienten un poco como aquellos jóvenes y se dejan llevar por el aquí y el ahora, antes de que sea demasiado tarde.
Aunque Leloch no alcanza lo niveles de momentos álgidos de su carrera como director, la química y las personalidades de Trintignant y Aimée son notables en todo momento y los diálogos son orgánicos, interesantes y cargados de intención. Si es fan o no de Leloch, es lo de menos. Es una película bien concebida, con extraordinarios momentos de ternura, sinceridad y un aire bellísimo de nostalgia.
Trintignant se despide con una actuación donde nos regala toda su astucia y su magnética personalidad. Pese a ser un hombre postrado a su silla de ruedas, le creemos absolutamente todo su encanto y atractivo. Los años más bellos de una vida es dulce y nostálgica. Una gran obra para despedir a uno de los grandes actores franceses de todos los tiempos.