CRONICAS DE SINALOA: Mi reloj “viejito”
Crónica: Mi reloj “viejito”
Por: Marco A. Díaz
Sin duda alguna puedo decir que Culiacán vive uno de los peores momentos en cuanto a inseguridad se refiere en los últimos años. La percepción de robos a mano armada en comercios, restaurantes, estacionamientos y bancos es cada vez mayor. Al decir percepción me refiero al miedo de las personas, no al hecho, al delito en sí.
El delito se está llevando a cabo todos los días, ahí radica dicho temor de la sociedad a salir a un restaurante a desayunar, comer o cenar.
Cualquier hora, momento y lugar, puede ser el escogido por un grupo de maleantes que busquen adueñarse de lo ajeno.
Así le sucedió a quien esto suscribe.
Hace un par de meses acudí con mi novia a un restaurante en conocida colonia de esta capital sinaloense. Era un domingo y teníamos varias opciones. Después de una larga conversación entre qué restaurant está en el lugar menos inseguro decidimos ir por comida china.
Debo señalar que nunca había asistido a ese lugar, había otro en la zona que era de mi preferencia, pero dicen que las mujeres siempre ganan y su decisión prevaleció.
El sitio era amplio, había mucha gente; fácilmente eran más de cien. Solicitamos una mesa para dos y todo estaba bien a excepción de los manteles que, por el hecho de ser lavados constantemente estaban húmedos. Nos cambiamos de mesa y la misma historia.
Ordenamos una serie de platillos bastante apetecibles y una jarra de té mientras nos servían la comida, todo estaba relativamente bien. El hecho de que hubiera tanta gente me daba seguridad, no sentía que corriéramos algún peligro.
Es necesario recalcar que desde que me enteré de una ola de robos en la ciudad que afectaron a amigos, conocidos y conocidos de conocidos, no me sentía seguro, lo que me obligaba a salir de mi casa con el dinero suficiente o menos, y mi típico reloj “viejito”, no mi favorito y mucho menos el que me heredó mi padre. Dicha precaución fue sustentada por rumores y una que otra nota periodística en los periódicos locales.
“No vaya a ser”, pensaba yo.
Normalmente acostumbro sentarme de frente a la puerta de entrada y/o salida, esta vez no lo hice así, me sentía tranquilo.
La comida llegó y empezamos a alimentarnos, “muy buena comida, el pollo está muy rico” comenté. La gente calló de repente, el silencio invadió el lugar. Yo tenía los codos en la mesa y las manos en la sien cual persona maleducada. Giré mi cabeza sobre mi hombro izquierdo y ahí estaban.
Eran cinco jóvenes que aparentaban una edad no mayor a los 18 años, todos armados y vestidos con playeras negras, pantalón de mezclilla y tenis.
El pánico trató de apoderarse de mí, guarde la calma y recordé que mi novia es una persona bastante nerviosa; cualquier movimiento brusco o síntoma de inseguridad propia la haría sentirse de la misma forma, más de lo que seguramente ya sentía.
Guardé la calma y pensé que solamente querrían el dinero, nada más. Le pedí a Dios que no hubiera un valiente armado que tratara de hacerles frente y el daño llegaría a ser más que económico a los asistentes, a cualquier de los que ahí estábamos.
“Saquen celulares, relojes, cadenas y dinero”, “Saquen el dinero a la v… ¡Ni modo que vengan a comer sin dinero!”, gritaba uno de los maleantes.
Uno de ellos se dirigió directamente a la caja, los meseros solamente se orillaron a su paso y levantaban las manos. Yo sostuve mis manos en mi cabeza y le pedía mantener la calma a mi novia: “no voltees a verlos, baja la cara, baja la mirada…”.
Dos más exigían sus pertenencias a los clientes y otros dos cuidaban la puerta.
El silencio es aún más aterrador cuando se sabe que estás en peligro. Esa calma enmudecía a los comensales pero resaltaba el sonido del llanto de los niños, muchos de ellos jugaban en el playground del restaurante.
Unas señoras a mi lado no podían contener su llanto, su nerviosismo. Llegaron después que nosotros, muy contentas echando la “chorcha”, se fueron casi corriendo en cuanto los asaltantes abandonaron el lugar.
A nuestro lado derecho se encontraba un ex maestro de mi novia con su esposa y su hijo quien curiosamente no podía dejar de comer durante el asalto.
Los gritos, los lloriqueos, las armas ¿quién puede comer así?
Esa voz ranchera, de seguro no eran originarios de la zona. Los culichis hablamos muy golpeado y también cantado dicen muchos, pero el asaltante lo hacía todavía más fuerte.
Lo vi acercarse sobre mi espalda y repitió “ya les dije que saquen el dinero a la v….”.
Estaba seguro que solamente querían las cosas y el dinero. Y mi reloj era de acero, su brillo llamaba la atención y sabía que al pasar por mi lado me lo iban a quitar o arrebatar, también el dinero y mi celular. Decidí dejarlo en la mesa, entregarlo sin que me lo pidiera directamente, evitar que las cosas se salieran de control.
Y así fue, el muchacho lo agarró sin pedir más. Caminó nuevamente por detrás de mí aunque seguía solicitando el dinero a los comensales, entonces decidí colocar sobre la mesa lo que traía para pagar la comida.
Esperé unos segundos pero no lo tomó, giré nuevamente mi cabeza sobre mi hombro y ya se habían ido todos.
Muchas personas siguieron comiendo, otros salieron a fumarse un cigarro y nosotros, solamente pedimos nuestra comida para llevar y nos fuimos, así sin decir nada.
Durante los 15 o 20 minutos que esperamos para que nos trajeran nuestra comida y la cuenta, la policía no llegó. Desconozco si los llamaron.
Mi reloj “viejito” lo compré hace algunos años en Estados Unidos, tuvo un costo de aproximadamente 60 dólares, no era caro, tampoco me lo regalaron. Ese día lo utilicé por si a caso. Y así pasó.